SIN SALIR DEL EDIFICIOCuriosos momentos eróticos entre vecinos

Sin salir del edificio

Quince relatos de erotismo inteligente entre vecinos de una misma comunidad

¿Por qué cada mañana aparece una prenda femenina en el pomo de la puerta del 1.° izquierda? ¿Cómo llegó la joven que reparte el correo al jacuzzi de un vecino? ¿Cuándo tender la ropa en la azotea fue más tierno? ¿Qué sucedió en el garaje que tanto avergüenza y divierte al joven del 4.°? ¿De qué forma una broma de dos amigas al boomer del 1.° acaba siendo toda una experiencia? ¿Por qué el vecino del 2.° pide a la portera que lo desate cada día? ¿Qué tiene que ver Frank Sinatra en que una cena entre vecinos acabe en un intercambio de parejas improvisado? ¿Cómo llegaron unos pantys desconocidos a la lavadora de la vecina del 3.°?

Divertidas situaciones eróticas que suceden en una comunidad de vecinos cualquiera y sin salir del edificio.

15 relatos de Valper Ben
126 páginas
Versión Kindle: 2,95 €
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Twinies

Me incomodan las miradas que te desnudan descaradamente, pero me resulta divertido cuando es alguien conocido quien no puede evitarlo e intenta disimularlo por todos los medios. Por ejemplo, me sucede a menudo en el ascensor de nuestra urbanización cuando coincido con algún vecino y voy especialmente guapa. Es divertido ver cómo intentan mirarme el culo sin que yo lo note, olvidándose de que la puerta entera es un espejo. Me divierte y me excita un poco, la verdad. También cuando coincido con la pareja que vive en nuestra planta, aunque de forma distinta. Mi marido y yo los llamamos twinies porque nos cuesta distinguirlos. Ambos llevan el mismo corte de pelo y barba y también visten el mismo estilo de ropa. Son muy atractivos y me miran de forma distinta: alaban mi gusto vistiendo o me dicen lo bien que conjuntan los pendientes con los zapatos. Ambos son diseñadores gráficos y trabajan desde casa, así que siempre acaban recogiendo los paquetes que nos llegan cuando nosotros no estamos. Su orientación sexual hace que no les interese mi anatomía de la misma forma que a los demás hombres, pero eso no impide que sea yo quien aprecie sus culos con discreción.

Una noche, propuse a mi marido invitarlos a cenar para agradecerles que recogieran nuestros paquetes. Trajeron dos botellas de vino y nos reímos mucho durante la cena, en la que acabamos con ambas. Cuando mi marido se levantaba para ir a la cocina a por algo que faltaba, me percaté de que ellos eran tan torpes como todos los hombres en disimular sus miradas. Me divertía que admiraran el culo de mi marido, a la vez que me excitaba.

Fui al baño del dormitorio y al volver vi que uno de los twinies —lo prometo, no sabría decir cuál— salía a su vez del baño del pasillo y en la penumbra —pues al querer apagar la luz del baño por error apagó la del pasillo— le di un azote en el culo, apretándoselo unos instantes con fruición y susurrándole muy cerca del oído:

—¿Te has dado cuenta de que tu culo cotiza hoy más que el mío?

Cuando se volvió, fingí el mayor de los apuros:

—¡Ay, ay! Cuánto lo siento, pensé que eras Juan. ¡Madre mía, qué vergüenza!

Riéndose insistió en que no importaba, pero yo continuaba repitiendo que lo había confundido con mi marido y le agarraba del brazo compungida. Entonces él me azotó con delicadeza el culo y me dijo entre risas:

—Bueno, ya estamos en paz.

[...]

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Sin salir del edificio

«¿Te has dado cuenta de que tu culo cotiza hoy más que el mío?»

Picabia

«Dos amigas», de Francis Picabia

Ok, boomer

Muchas noches, después de cenar, los amigos de la urbanización bajamos al patio a charlar un rato. Nos sentamos en las escaleras que bajan hacia la entrada del garaje y ahí pasamos el rato, a veces bebiendo cerveza del chino y comiendo pipas, a veces escuchando música. Los vecinos se han quejado de que nuestras voces y risas no les dejan dormir y más de una vez han amenazado con llamar a la policía. Nos da igual. Pero esa noche, el vecino del primero, que tiene la cocina justo enfrente de las escaleras, bajó en bata a echarnos la peta. No era ni la una.

—Sois unos sinvergüenzas. No respetáis nada y además dejáis esto hecho un asco. A vuestra puta casa de una vez o llamo a la policía.

Ok, boomer —le dijo Fidel y todos nos descojonamos de la risa.

El caso es que el tío se puso frenético y al final nos entró bajona y poco a poco todos se fueron subiendo a casa, menos Susana y yo, que nos quedamos un rato más. Estaba contándome su última movida y hablábamos bajito para que el tío pesado no volviera a bajar y nos jodiera el rollo a nosotras también.

Yo estaba medio de espaldas a la ventana de la cocina del tío, pero Susana, que estaba frente a mí, se me acercó al oído y me dijo:

—No te vuelvas. El tío se cree que no le veo, pero está escondido detrás del visillo de la ventana, con la luz apagada. Seguro que se la está cascando mirándonos a las dos el muy guarro.

Yo me reí y le dije también al oído:

—¿Le troleamos un poco a ver si le da un infarto? ¿Le montamos un numerito?

La verdad es que lo dije sin pensar demasiado, un poco por las risas de contarlo después, pero no pensaba más que tontear un poco fingiendo que nos liábamos, pero ella se rio, se acercó lentamente y me dio un beso en los labios. Nada más que un piquito, pero despacio, para que nuestros labios estuvieran pegados un rato y él pudiera verlo. Me entró de nuevo la risa.

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Marylin Monroe leyendo «Sin salir del edificio»

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